Una vez en una pequeña casa, una niña de tez blanca, que tenía
una vida buena, aun cuando casi no tenía nada. Y ella era tan feliz, porque tenía
todo lo que amaba, y se sentía cerca de todas esas personas que lograban
animarla, que lograban sacarle una sonrisa, y que la hacían sentir que ella
podía ser todo.
Y la pequeña niña, de cabello café y ojos azules, con
mejillas rosadas y labios pálidos, de tez blanca y de sonrisa sincera, era
feliz, feliz en verdad.
Un día su padre murió,
simplemente se despertaron, pero el ya no lo hizo.
Y entonces ya no era todo tan feliz, y entonces ellos
tuvieron menos dinero, y entonces ella ya no tenía una familia.
La pequeña niña miraba, como las personas iban y como venían,
y pensaba por qué estaban ahí, por qué no en otra parte, si tendrían familia, o
si alguien alguna vez los había extrañado.
Y la niña lloraba cada tarde, y aprendió a fingir una
sonrisa, y comprendió que las lágrimas no arreglaban nada, y un día solo dejo
de pensar.
Una tarde de invierno, en su pequeña casa, miro a la ventana
y vio la nieve caer. Los copos caían y caían, y por una vez en su vida, se puso
a admirar lo que había a su alrededor.
Durante los pasados años, se había limitado a ir por el
mundo, culpando a todos por lo que le pasaba, por lo que ya no tenia, y en ese
momento se dio cuenta, que no importa si tienes todo, si no tienes nada, o si
tienes poco, algún día vas a perder algo que amas, y algún día ese dolor te hará
llorar, pero toda la hermosura a tu alrededor no parara.
Y aprendió que tenemos que vivir cada día aun si es uno
horrible, y tenemos que mirar lo que nos rodea, antes de que ya no podamos, y
tenemos que ser fuertes y continuar, antes de que ya no estemos para pelear.
1 comentario:
Una historia con una buena enseñanza. Me gusta
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